En el inicio del nuevo milenio, debemos reconocer como característico de esta época, la complejidad del mundo contemporáneo, la velocidad de las transformaciones tecnológicas y científicas, así como las sociales y subjetivas. Es difícil desde nuestros espacios de trabajo abordar estos emergentes. El individualismo, la consecuente pobreza creciente de los lazos sociales, la falta de compromiso, la ausencia de una significatividad social del conocimiento, la fragmentación mediática, la búsqueda de la inmediatez, la sobre estimulación, son elementos que generan malestar en nuestra labor académica. Es difícil desde nuestros espacios de trabajo abordar estos emergentes.
Esta particularidad “mediática” de las nuevas generaciones conforma sujetos con un manejo diferente de las operaciones. En tanto no tengamos en cuenta estos procesos, mantendremos un abismo entre lo que ofrecemos y las posibilidades de recepción de los estudiantes.
La universidad hasta el momento no ha variado significativamente, sus estrategias de abordaje frente al cambio de los sujetos y su contexto.
Lo que fue eficaz en otro momento ya no alcanza.
Para la construcción de un proyecto personal como educadores, se requiere asumir la temporalidad que se elabora a través de los procesos superiores, la lectura e interpretación de la realidad, la identificación de la propia singularidad y de los estilos personales, que nos permitan legitimar las prácticas a partir del poder del conocimiento y manejo de las herramientas que nos permiten fundamentar el “qué, el para qué, el con qué, con quién, cuándo, y cómo” de nuestro quehacer como educadores.
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