Este post pertenece a mi colega y amigo Dr. Marcelo A. Mazzeo que como yo (y por suerte muchos más) ha puesto su mirada en la Educación.
Mi agradecimiento a su importante colaboración.
Para todos aquellos que tenemos la imperiosa necesidad de seguir aprendiendo, la lectura se ha convertido en la gran “vedette” para acercarnos al conocimiento. Por estos caminos con los cuales siempre nos sorprende la vida, ha llegado a mis manos una obra del Sicólogo y Periodista Daniel Goleman, titulada “El espíritu creativo”. Este autor me ha sorprendido con este apartado que transcribo de modo textual: “La capacidad de tomar decisiones intuitivas es un ingrediente básico de la creatividad. La intuición significa renunciar al control de la mente pensante y confiar en la visión del inconsciente. Como no se puede cuantificar ni justificar en forma racional, a menudo encuentra oposición en el lugar de trabajo. Pero tiene el olor de la verdad, porque se basa en la habilidad del inconsciente de organizar la información en ideas nuevas no anticipadas.(…..) Lamentablemente , las escuelas no nos enseñan a confiar en nuestra intuición. En cambio, enseñan una suerte de conocimiento absoluto. Enseñamos a los alumnos a buscar la respuesta correcta, que encontraran reuniendo información completa. Pero en la vida real descubres que, incluso después de reunir toda la información relevante, sigue habiendo un hueco, una parte que no se puede calcular con precisión. Y es ahí donde debes poner en juego tu intuición para tomar la decisión final y seguir adelante. En las escuelas también cometemos un error cuando medimos el desempeño en términos absolutos. Enseñamos en función de respuestas específicas, en centímetros, en kilos, en cantidades específicas correctas e incorrectas. Y calificamos en consecuencia. Pero nunca decimos a los alumnos qué hay mas allá de la categoría de los valores absolutos, ni acerca de las incertidumbres con las que te encuentras constantemente en la vida real. Asi que pienso yo que deberíamos enseñar ambas aproximaciones al conocimiento: el de las mediciones numéricas y el conocimiento que da la intuición”.
Después de tan certeros enunciados poco es lo que queda por agregar y mucho lo que deberíamos reflexionar acerca de dos aspectos ampliamente vinculados con la enseñanza. El primero referido a la manera en que enseñamos durante el proceso de formación disciplinar y en segundo término al modo con el cual evaluamos.
El primer aspecto, debe propender a recomponer la imagen que queremos de docente, en todos los ámbitos escolares. De una forma u otra, todos hacemos docencia. Desde los espacios informales como el hogar, la calle, en nuestro lugar de trabajo y en los “claustros” donde la enseñanza formal abarca el proceso formativo en áreas específicas. En nuestro País, hay un mito instaurado, donde los maestros y profesores somos vistos por el conjunto de la sociedad como los dueños absolutos del “saber”. Es así que a partir de ello, creemos tener derechos adquiridos, lo cual dista mucho de ser realmente cierto. Durante toda la vida vamos adquiriendo conocimiento con el mismo criterio con el que compramos bienes materiales (dinero, propiedades, acciones etc). En consecuencia, el tratamiento que le damos a ese conocimiento no es nada más ni nada menos que el de un sentido posesivo con cierto grado de omnipotencia histérica que nos hace percibirnos superiores al resto de la sociedad. Daniel Goleman, con gran sabiduría nos dice que nuestro esfuerzo nunca será suficiente para alcanzar la adquisición absoluta del conocimiento. Con esto no se afirma que no seamos ambiciosos por conocer más. Al contrario es muy saludable vivir en búsqueda de nuevo conocimiento. Pero una cosa es el anhelo de superación intelectual y otra muy distinta es creer que seamos dueños de la totalidad de la fuente del conocimiento disciplinar. Y como el conocimiento siempre es dinámico y parcial, es aquí donde debemos permitir en los estudiantes la incorporación de una cuota de “intuición” que los lleve al encuentro del sentido común y que facilitará dar soluciones al menos parciales a algunas cosas que escapen de la medida y de la regla matemática. Esto le permitirá al estudiante salir de una actitud tradicional estereotipada para promocionarlo como un ser con pleno ejercicio de una autonomía responsable, que analice con juicio critico todas sus acciones y las de los demás en el ámbito que por propia convicción haya elegido desde su libre albedrío.
En segundo término, es importante cambiar el criterio que, en general la actual docencia utiliza. Lo más común es evaluar utilizando parámetros que no hacen otra cosa que castigar o premiar a los estudiantes en función de una calificación establecida por los convencionalismos de estructuras educativas obsoletas. Este tema tan algido y controversial es el que completa el espectro de inercia en el cual se encuentra sumido nuestro sistema. Nadie se anima a tirar la primera piedra, pero muchos pensamos que el método evaluativo convencional ha decididamente claudicado. El diez, el cuatro y el uno; el excelente, el distinguido y el regular, no hacen otra cosa que condicionar la actitud de nuestros educandos bien sea por soberbia o por humillación y en consecuencia obturando sus potencialidades de saber más.
La evaluación debiera contemplar todo el espectro formativo disciplinar, desde un aspecto global, hasta los aspectos más particulares, incluyendo no solo lo conceptual sino también lo intuitivo. Debe ser abarcativa del todo, sin dejar de considerar cada una de las partes de esa integralidad conceptual. De este modo y a la luz de un nuevo enfoque, cabe decir que la evaluación también debe salir de la “rígida caverna” que construimos y mirar el futuro con criterio de apertura.
Bajo una nueva óptica, la evaluación debiera velar por el cumplimiento de haber alcanzado plenamente los objetivos propuestos y consecuente aplicación en situaciones reales de una determinada etapa de formación disciplinar.
Debemos huir definitivamente de los rótulos que hunden a los aplazados y ponderan a los premiados con banderas y medallas. En la evaluación no pueden existir mas excluidos y elegidos, solo seres humanos preparados para seguir promoviendo la evolución de nuestra especie.
Esto moviliza una estructura tan arraigada en nuestra convicción docente con nuestra jerarquía de tales, puesto que en la “ ley del gallinero” los estudiantes están muy sucios y en el ultimo palo!!!!.
Miremos la organización jerárquica educativa desde un punto de vista organizativo y administrativo, pero no llevemos esta imagen al aula. En ella hay un actor principal (el estudiante) y un actor secundario( el docente). El primero aspirara apropiarse del conocimiento basado en la motivación y el segundo propenderá a transmitir y guiar este proceso basándose en la estimulación correcta de sus discentes. No olvidemos que todo estudiante por mas limites intelectuales, sociales, económicos y afectivos que tenga siempre llegara a la meta propuesta si su estímulo es lo suficientemente grande como para lograrlo. Nosotros no debemos ser un obstáculo más, sino un favorecedor de este proceso y aquí radica nuestra gran responsabilidad.
Por su parte, no podemos dejar de lado las consecuencias de la “modernidad líquida”, donde todo es ya y ahora, con relaciones interpersonales descartables y mediáticas, con cierto impacto negativo sobre las nuevas generaciones. Pero la respuesta a ello, no debe basarse en la represión y en la ligereza, puesto que son dos caras opuestas de una misma moneda, que distan de ser aliados para una sana educación. A mi criterio, nuestra postura debe sostenerse en un justo medio, donde prime el equilibrio entre el ser y el deber ser en el que los actores de la motivación y de la estimulación colaboren con responsabilidad en el homeostático ejercicio de los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Será acaso que los docentes tendríamos que indagar aún más sobre cual es el justo medio para evitar el impacto contraproducente de una deficiente formación. Pero esto también tiene sus dimensiones según el ojo con el que se mida dicho parámetro y ya haríamos consideraciones filosóficas que prefiero no ahondar. Pero sobre esto cabe considerar un principio biológico natural inviolable que va mas allá de especulaciones personales, morales, sociales, políticas y también religiosas.
No obstante, comencemos a evaluar la transversalidad en la educación, basada en el respeto mutuo y la responsabilidad compartida, funcionando como una gran orquesta donde el sonido armónico y equilibrado de cada instrumento nos lleve a interpretar la mejor melodía.
Marcelo A. Mazzeo
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